En el interior, el ambiente era de tensión. Los gritos de furia que se elevaban en la calle no alcanzaban a oírse en la sala del pleno, donde trescientos setenta hombres y mujeres llevaban encerrados desde hacía varios días debatiendo las medidas que debían adoptarse ante la afrenta que había agitado a la Nación entera cómo si de un avispero se tratase.
El asesinato venía a confirmar la complicada situación de las relaciones diplomáticas con los países vecinos, en deterioro
desde hacía ya varios años. Una sucesión de desgraciados incidentes habían
provocado que el pueblo se movilizase desde hacía varios meses para presionar
al Gobierno y a las Cortes a tomar medidas más firmes a la hora de hacerse
respetar como Estado en el exterior, y esa noche, la cita con dichas
pretensiones era inaplazable.
-Señorías,
ya no podemos retrasar más el momento de la votación.- Intervino el Presidente
de la Cámara haciéndose oír por encima de los airados murmullos que resonaban
en el hemiciclo. En apenas unos segundos, toda la sala se había sumido en un
tenso silencio, a la espera de que su moderador prosiguiera.- Llevamos varios
días aquí encerrados debatiendo la mejor solución a la crisis que se nos ha planteado,
y no creo que vayamos a lograr mayores avances por volver a revisar los hechos
por trigésimo cuarta vez.
Un
apagado murmullo de afirmación siguió a esas palabras. La mayoría de los allí
presentes demostraban claras muestras de cansancio y estrés en sus rostros. Era
evidente que estaban deseando poder dar por terminada esa inacabable sesión e
irse de regreso a sus hogares, pero la trascendencia del momento y el peso de
la responsabilidad en sus consciencias les habían impedido tomar una decisión
que podría ser fatídica para todos si no la hubieran meditado a conciencia.
- Es
hora de que nos pronunciemos en algún sentido. Ha llegado el momento de votar
la propuesta que nos remite el Gobierno y que nos exigen nuestros ciudadanos.
Que la gracia de Isnir nos acompañe en esta ardua decisión.
Los
políticos fueron pulsando uno de los dos diminutos botones que tenían ante su
asiento en el hemiciclo, pronunciándose uno tras otro a favor o en contra de la
propuesta que debían considerar. Pocos minutos más tarde, ya toda la sala había
emitido su voto y una máquina de recuento ofrecía el resultado en una pantalla
situada tras el estrado de la mesa presidencial: Trescientos sesenta y seis
votos a favor. Sólo cuatro en contra. Ninguna abstención.
Los
asistentes contuvieron el aliento mientras el ambiente se tensaba a espera de que el Presidente de la Cámara
declarara de forma oficial la decisión que se había tomado por tan aplastante
mayoría. El hombre retiró de su rostro los anteojos que había portado hasta
entonces y los depositó con manos temblorosas ante sí, encima de los papeles de
la propuesta que les habían remitido al inicio de aquellas largas jornadas.
Aquél era un momento histórico, y a él le correspondía anunciar oficialmente lo
que más tarde el Presidente de la República habría de comunicar a la Nación.
-Por
trescientos sesenta y seis votos a favor y cuatro en contra, se aprueba la petición
del Gobierno y autorizamos el Estado de Guerra. Los elfos de la República
Democrática de Isnir cortarán todo tipo de relaciones con los Estados Humanos
de Zeravla. Todo humano presente en territorio nacional será expulsado con
efecto inmediato, sin excepción alguna. Así mismo, se declara a cualquier
miembro de dicha raza persona non grata
en la República y serán sometidos a proceso penal por crímenes de guerra todos
aquellos que persistan en su intento por entrar y/o permanecer en la misma
transcurridos diez días naturales a la publicación del acta de ésta sesión.
…
Al
día siguiente, el Presidente de la República firmaba la declaración formal de
Guerra contra los Humanos, casi al mismo tiempo en que se comunicaba a los
detenidos por el asesinato su orden de ejecución pública. Todos sus congéneres
empezaron a ser detenidos sistemáticamente en todas las poblaciones del
territorio y trasladados hasta las fronteras mientras numerosas divisiones del
ejército élfico se movilizaban hacia las mismas.
El
día de la ejecución, cuatro hombres fueron escoltados por la guardia de
Eylissia hasta la plaza mayor, donde se había preparado un cadalso para cada
uno de los condenados. La misma muchedumbre que días antes clamaba venganza por
las afrentas de aquellas personas se había congregado en la misma, y vociferaba
insultos y juramentos hacía los asesinos al tiempo que los verdugos pasaban el
lazo de la horca por sus cabezas.
Tres
de ellos lloraban suplicando clemencia y clamando por su inocencia, pero el
cuarto hombre permanecía sereno y solemne mientras se leía en alto la sentencia
que les condenaba a morir. No pronunció palabra alguna hasta que se hubo leído
la última línea, y sólo cuando los verdugos se disponían a accionar las
palancas que habrían de dejar su cuerpo colgando del vacío, pronunció la frase
con la que exhalaría su último aliento:
-La
justicia es un dios, y los dioses están muertos.
Momentos
más tarde, su cadáver colgaba inerte de la soga que llevaba al cuello, con un
silencio sepulcral ocupando la plaza. Había empezado la Era del Aislamiento.
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