martes, 8 de mayo de 2012

Relatos de Isnir. Capítulo 1


“La justicia es un dios y los dioses están muertos”

Quién pronunció esa frase nos conocía bien.  Supo ver a través de la fachada de pulcritud de la que presumen todos los elfos, atisbando la endiablada naturaleza de mi raza. Sin embargo, la historia de mi pueblo, de Isnir, recordaría a ese hombre como un criminal sin perdón y le inculparía de los más atroces crímenes cometidos desde el final de la anterior guerra.


Mi nombre es Wïlden. Soy estudiante de Cuarto curso de secundaria en el distrito 6 de la Ciudad-Escuela de Zedblorg, un conjunto de islas flotantes sobre el océano a poco más de tres horas de vuelo desde la capital del país, Eylissia. Tengo dieciséis años, según el cómputo de los humanos, y si antes he insinuado que los elfos somos una raza problemática es porque en verdad lo creo así.

Nací tres años después del inicio de la purga de humanos de la República, cuando ya no quedaba ni un solo miembro de dicha especie en ninguna de nuestras poblaciones.  Para ese entonces, la guerra se había saldado con la rendición de nuestros enemigos ante nuestro poder, aunque siguieron teniendo denegada la entrada al país mientras que a los elfos se nos prohibió salir y establecernos de nuevo en territorio humano.

Todo debería haber acabado en ese punto. Sin embargo, el resentimiento y las ansias de venganza del pueblo aún no se habían aplacado a pesar del derramamiento de sangre, y habían seguido buscando un chivo expiatorio a su odio tras el fin de la guerra. Y el blanco fueron aquellos que son cómo yo… Bueno, que sospecho son cómo yo.

Nunca llegué a conocer a mis padres. Los elfos, cómo raza, llegaron a la conclusión hace mucho tiempo de que la mejor forma de cultivar una sociedad perfecta es que el Estado se haga cargo de la educación de sus ciudadanos desde el momento justo en que empiezan a ser conscientes de sí mismos. Los padres pueden quedarse con sus retoños hasta que cumplen la edad de dos años humanos, momento en que se les asigna al cargo de uno de los muchos internados presentes en la Ciudad-Escuela de Zedblorg, donde me encuentro yo ahora. No se nos permite conocer a nuestros padres hasta que cumplimos los diez años de edad élfica, que son, si mal no recuerdo, unos cincuenta de los humanos. Por eso no sé si soy un híbrido de elfo y humano o simplemente tengo rasgos más toscos que mis compañeros de internado.

En parte he tenido suerte. La violencia se castiga severamente entre los estudiantes de la ciudad, y eso ha impedido que los que me odian puedan acosarme abiertamente en público. He podido saber que en el exterior de esta “prisión”, otros semi-elfos no han tenido tanta suerte y han acabado linchados en plena calle o asesinados en sus propias casas con sus parejas. Sólo porque alguien había creído que tenían sangre humana y que planeaban algún acto en venganza por la guerra. Pero eso no quita el hecho de que mi vida en Zedblorg es un maldito infierno cada día.

Al principio, todo se limitaba a alguna broma pesada en las comidas, algo típico entre los elfos que aún no han asimilado completamente la doctrina de cordialidad y respeto por el prójimo que se nos inculca. No obstante, conforme pasaba el tiempo, mis agresores se han ido volviendo más atrevidos y violentos. En una ocasión, me abordaron por la espalda cuando acababa de terminar mis actividades extraescolares y regresaba a la residencia, me taparon la cabeza con una bolsa y me propinaron una paliza durante varios minutos. No llegué a saber cuántos eran, pero sé que debieron de ser, como mínimo, dos personas, pues alguien me sujetaba mientras otro me agredía.  Tal premeditación demuestra que no se trata de un simple caso de “inadaptación de comportamiento”, pero mis profesores, cuidadores y demás adultos del campus a los que he recurrido hasta ahora, sostienen lo contrario.

“Eso son sólo bromas, Wïlden. Deberías aprender a ser más tolerante y no ser tan serio todo el tiempo”. Fueron las palabras del último profesor al que me quejé. Fue entonces cuando percibí que la mayoría de los que podían haber hecho algo por mí me miraban con el mismo desprecio que veía en muchos de mis compañeros de clase.
Y ahora mismo, vuelvo a estar en la misma situación de siempre. Anoche alguien entró en mi dormitorio y robó un trabajo de clases del que depende gran parte de mi nota en la asignatura en cuestión. Los ladrones habían dejado una nota diciendo que, si quería recuperarlo, debía ir a cierto lugar del campus del distrito antes de la entrada a clases del día siguiente, justo tras el desayuno. No me quedó más remedio que acudir, ya que no podía contar con la ayuda de ningún profesor que intercediera por mí, dados los precedentes, y de haber aparecido alguno, seguramente mi trabajo se habría ido directo a la trituradora antes de poder siquiera tenerlo ante mí…



-Mira que es rarito este chico. No sé si es que le gusta que le humillen o es demasiado estúpido para darse cuenta de lo que pasa a su alrededor.- Comenta uno de los matones que me han tendido la encerrona, luego de haber estado torturándome durante varios minutos en una arboleda del parque central del campus.  

-Yo voto por lo segundo, pero ahora mi duda es si es estúpido por tener sangre humana o porque los golpes que ha recibido le han dejado lelo.- Le responde otro de ellos, echándose a reír a coro con sus amigotes al tiempo que me tiran encima el trabajo que me han robado.- ¿Y tú qué opinas, Wïlden? Sácanos de dudas, ¿necesitas que te ayudemos a aprender la lección más a menudo? Ya sabes que cómo somos compañeros, nuestro interés es ayudarte a que te la aprendas rápido.

Aprieto dientes y puños en un intento por controlar mi lengua para no responderles. Sé que ya se han aburrido de divertirse a mi costa y que me dejarán en paz, por ahora, en unos minutos. Mi prioridad ahora mismo es la de conservar el trabajo intacto para la clase, no puedo arriesgarme a provocarles y que lo destrocen ante mis propias narices.

-Creo que lo has dejado tonto del todo, Dragamsel. – Añade otro en respuesta al que se ha burlado de mí.- Parece que ya no es capaz ni de hablar de los golpes que le has dado en la cabeza.

-¡Bah! Tanto da, a fin de cuentas tampoco es que hable mucho estando en clases.- Dragamsel se da la vuelta y empieza a alejarse de mí, seguido de cerca por su grupito de compinches.- Venga, vámonos. Me hace falta beber algo antes de entrar hoy. Tanto “ejercicio” da sed.

Oigo como las risotadas se van alejando de mí y me arriesgo a recoger mi trabajo para comprobar que esté en perfectas condiciones. Por suerte, parece que no tiene ningún desperfecto, lo que me hace sentirme aliviado por unos momentos, hasta que noto un dolor en el pecho que me hace toser sangre sobre mi mano libre. Me recuesto contra un árbol con la intención de descansar unos minutos mientras examino mi estado físico.

Los golpes que me propina Dragamsel son los más dañinos de todos, y hace un tiempo que estoy empezando a intuir la razón. Los elfos tenemos la capacidad innata de usar unas “habilidades especiales” similares a la magia. En realidad, esa magia se corresponde con la capacidad de manipular el elemento interno natural del individuo a voluntad. Cuenta la leyenda que hace eones había seis tipos de usuarios elementales: Agua, Tierra, Viento, Fuego, Luz y Oscuridad. Pero ahora los elfos únicamente nacen con la capacidad de usar, o bien el Viento, o bien la Luz.

Nadie sabe del todo el porqué, pero la teoría más extendida es que, si eres un elfo puro o sin rastro de sangre humana en tus tres generaciones predecesoras, tendrás más probabilidades de ser un usuario de Luz, mientras que de lo contrario, lo más seguro es que seas un usuario de Viento. Y a juzgar por la fuerza de Dragamsel, estoy por jurar que él ha comenzado a despertar sus habilidades de Viento. Si logra despertarlas por completo antes de que los profesores se den cuenta, moriré por accidente en una de sus frecuentes palizas, antes de que lo trasladen al Centro de Adiestramiento de Usuarios Elementales.

Me incorporo cómo buenamente puedo y sacudo la suciedad de mi ropa. Me duele todo el cuerpo y noto mis músculos entumecidos, así como que debo de tener algún nuevo cardenal bajo la ropa. El médico de la escuela ya me da por un caso perdido, y hace tiempo que ha dejado de prestarme atención cuando acudo a la enfermería. Se limita a darme algún medicamento para el dolor y a despacharme lo más rápido que puede.

Quedan diez minutos para que la campana de la escuela anuncie el inicio de las clases, y tengo que recorrer casi un kilómetro y medio en ese tiempo si quiero llegar a tiempo. Guardo el trabajo en mi mochila, que se me ha caído al suelo mientras me golpeaban, y salgo corriendo mientras la cuelgo en bandolera a mi espalda.

No lo he dicho hasta ahora, pero una de las principales razones de que últimamente mis acosadores hayan tenido que recurrir a los chantajes para poder atraparme es que soy, desde hace un tiempo, el más rápido de mi curso. Por supuesto, si Dragansel pudiera controlar su poder al completo, no tendría modo alguno de eludirle,  pero cómo parece ser que por ahora sólo es capaz de aplicar sus habilidades a sus manos, estoy a salvo siempre que no me quede quieto. Pero, cómo es evidente, muchas veces la posibilidad de salir corriendo no está en mi mano.

Cruzo el parque como una exhalación, sorteando a los otros estudiantes que van camino de la escuela, y logro entrar en el edificio a falta de dos minutos para que toque el timbre. No es mi mejor marca para esas distancias, pero en mi condición es todo un logro.

-Apresúrate chico, o vas a llegar tarde a la primera hora.- Me suelta el conserje, que vigila muy serio a los estudiantes rezagados que se apresuran por el camino desde las residencias.

Tras recuperar el aliento unos instantes, empiezo a recorrer los pasillos en dirección a mi aula y tomo asiento junto a la ventana en el mismo instante en que suena el reloj de la escuela. El profesor llega apenas un minuto más tarde y ya para ese entonces toda la clase está en sus asientos y en un perfecto silencio, como cabría esperar.

-Bien, chicos. ¡Buenos días! Confío en que todos hayan hecho sus deberes de ayer.- El profesor nos mira con ojos de lince, a la caza de algún cambio en los rostros de sus alumnos que delate a un posible infractor, sin éxito.- Bien, vamos a proseguir donde lo dejamos ayer. Abrid los libros por…


El reloj anuncia el medio día y el descanso para comer. Ya mi cuerpo se encuentra casi recuperado de los golpes de esta mañana, y lo celebro en silencio mientras recojo mis cosas antes de ir al comedor a por el rancho del día. De haber sido otro, probablemente habría dejado el material en el aula, pero en mi caso, más me vale desconfiar incluso de mi propia sombra.


Ya que el Estado es quién se hace cargo de nosotros, la hora del almuerzo es un deber sagrado y obligatorio para todo estudiante, puesto que no tenemos ninguna otra forma de alimentarnos. Todos, sin falta, acaban haciendo cola en el comedor para recibir su bandeja con la comida del día, aunque no existe ninguna norma que nos obligue a comer ahí mismo. Podemos hacerlo en cualquier rincón del colegio siempre y cuando acabemos devolviendo todos los utensilios al comedor al terminar, y yo me vengo aprovechando de ese “vacío legal” desde hace tiempo, todo sea por poder comer tranquilo y lejos de ataques a traición.

Estando haciendo cola para recibir mis sustento diario, no puedo evitar fijarme en la barandilla del pasillo superior. Un par de chicas de otra clase han dejado una pequeña pila de libros en el borde, en un delicado equilibrio que desafía la gravedad a punto de caerse. En un momento concreto, una de sus compañeras les hace un leve gesto con la cabeza desde el piso inferior y la tonga cae al vacío sin que ellas muevan un solo dedo.

Ya he visto esa broma otras veces, puesto que las he sufrido en carnes propias alguna que otra. Utilizan poderes de Viento para romper el equilibrio de la pila de libros y, al haberlos dispuesto en unos ángulos perfectamente estudiados de antemano, estos caen sobre su víctima golpeándolos de canto. Huelga decir que el golpe duele más o menos según el libro que te arrojen, pero puedo asegurar que más de una vez han tenido que dar puntos de sutura por las heridas a más de uno. Y dado que nadie los ha “tocado” para que caigan, todo el profesorado lo interpreta como “desgraciados accidentes”.

Esta vez los libros han caído a plomo, como de costumbre. Pero los artífices de la broma parecen haber hecho mal sus cálculos, pues sólo un par de libros llega a golpear a su objetivo: una chica de mi mismo pasillo llamada Kenlish. Pelo negro, largo y sedoso; de apariencia más delicada aún que la mayoría de las elfas del colegio y con fama de ser una auténtica cerebrito, a la par que excéntrica. Tiene fama de ser también una de las más diestras en el control de sus emociones, y en estos momentos lo demuestra al seguir su camino sin inmutarse a pesar de que uno de los libros le ha hecho una pequeña herida en una ceja. Las pequeñas gotas de sangre que manchan el suelo junto a los libros son buena prueba de ello.

Observo cómo se aleja hacia las escaleras que llevan al piso superior y no puedo evitar sentirme admirado. Ni aún yo, con toda la tolerancia al dolor que he adquirido con los años, sería capaz de no detenerme con un golpe tan violento cargando con una bandeja en las manos. Sin duda, debe de ser esa actitud de superioridad lo que debe de haber ocasionado el ataque, pero dado que no estamos en la misma clase, sólo puedo especular.

Unos minutos más tarde, subo las escaleras de camino a mi rincón secreto, donde siempre acudo en la hora del almuerzo o en los ratos libres cuando no quiero que nadie me encuentre. Es una pequeña sala de estudio a la que la mayoría de estudiantes prefieren no acercarse mientras no haya exámenes finales, de modo que durante el resto del curso suelo estar sólo en ella. Pero esta vez, las cosas resultan ser distintas…

En cuanto abro la puerta de la habitación veo que hay alguien sentado en una de las mesas del fondo, la más alejada de la ventana. Puedo oír cómo solloza mientras trata de limpiar la sangre que brota de su cabeza con ayuda de unas servilletas y me estremezco al darme cuenta de que se trata de Kenlish. La impresión que me he llevado es demasiado fuerte, hasta ahora nunca había visto llorar a una chica y no es que me guste la experiencia precisamente. La imagen que he tenido antes de su fortaleza se ha hecho añicos nada más verla en ese estado, y me hace sentir una profunda lástima por ella.

Sin embargo, sé que sería una estupidez quedarme en esta habitación ahora, de modo que me doy la vuelta para salir cuando mis zapatos del uniforme chirrían al girarme. El sonido parece haber sobresaltado a Kenlish, porque a mi espalda oigo como una silla cae bruscamente al suelo. Suelto una maldición por lo bajo mientras giro la cabeza para poder ver lo que hace.

-¡¿Tú también has venido a reírte de mí?!- Me grita con furia mientras sostiene la servilleta ensangrentada en su mano. Sus ojos siguen anegados de lágrimas, y algunas le caen por las mejillas a pesar de su intento por contenerlas ahora que se sabe descubierta.- ¿Me has seguido para poder contarles a los demás que me he derrumbado, es eso? ¿Tanto te satisface poder decir que la “Soberbia Kenlish” también puede llorar? ¡Pues bien, lárgate a pregonarlo por ahí, me da igual! ¡Me tenéis enferma, todos y cada uno de vosotros! ¡Por mí podéis iros todos al infierno con vuestra inmadurez, vuestros prejuicios y toda esa hipocresía que lleváis dentro!

-Esto…- Termino de volverme hacia ella y me quedo observándola sin saber que decir. La herida de su rostro sigue soltando sangre y parece que esté hinchándose, pero Kenlish está tan alterada que no parece darse cuenta de esto último.

-¿Qué? ¡Sí vas a decirme algo hazlo de una vez!

-Yo…Creo que deberías dejarme curarte esa herida. Se te está hinchando y podría infectarse si te limitas a limpiar la sangre con una servilleta de papel.- Me acerco a una de las mesas y deposito mi bandeja antes de dirigirme hacia un armario que hay junto a la entrada.- No me malinterpretes, es sólo que si no te la tratas ahora se te formará cicatriz y eso en una chica quedaría feo…

-Ahórrate el discurso, no voy a darte el placer ni la oportunidad de que me tires alcohol en un ojo.- Se dirige hacia donde ha dejado su bandeja y hace ademan de cogerla para irse.- No voy a caer en la misma trampa dos veces, esa jugada de intentar aparentar arrepentimiento ya me la han hecho en el pasado.

Respiro hondo y me interpongo en su camino con los brazos extendidos, sujetando en una mano unas gasas y en la otra un desinfectante cutáneo. Kenlish me examina concienzudamente, mostrando claros síntomas de lógica desconfianza hacia mí.

-Apártate.

-No. A menos que tengas intención de ir a la enfermería, no me moveré de aquí. Y no parece que esas sean tus intenciones, puesto que habías decidido refugiarte aquí.

-¿Y se puede saber quién demonios eres tú para que preocuparte tanto? Hasta ahora los únicos que se interesan por mí son aquellos que quieren hacerme más daño.

-Te estoy ofreciendo mi ayuda porque sé lo que es que te ataquen de esa forma con intención de humillarte y ponerte en evidencia ante otros.- Bajo los brazos y observo cómo una gota carmesí se desliza por su mejilla, sintiendo sus penetrantes ojos castaños fijos en los míos.- Aunque tienes razón, al final es decisión tuya curarte o no.  Creo que voy a volver a guardar esto por si alguna vez me hace falta a mí mismo…

-Espera.- La voz de Kenlish parece ahora más relajada, como si hubiera cedido algún impulso que la obligara a estar a la defensiva hasta entonces.- Creo que sé quién eres, así que voy a dejar que me ayudes con la herida. Perdóname por haber sido tan antipática.

-No te preocupes, no me has ofendido.- Es la verdad. Comparado a lo que suelen soltarme aquellos que si me ofenden, lo de esta chica ha sido completamente agradable.- Siéntate para que pueda limpiarte bien la herida… Y a todo esto, ¿has dicho que sabes quién soy?

-Ajá.- Kenlish deja su bandeja en la mesa y nos sentamos frente a frente. Empiezo a limpiarle la sangre con cuidado mientras ella habla.- Wilden de la clase 1.F. Tu nombre circula bastante a menudo por el colegio, especialmente en nuestro pasillo. ¿Es cierto lo que dicen que eres medio humano?

-Si así fuera, ¿Te supondría algún problema?- Le respondo en un tono tan brusco que me sorprende hasta a mí.

-En absoluto. En todo caso me agradarías muchísimo más que la mayoría de elfos de sangre más “pura” que hay en este campus. Además…-Responde deprisa, cómo si se hubiera dado cuenta de que ha tocado un tema espinoso.- Sabiendo por lo que has debido de pasar todo este tiempo, creo que serías la única persona capaz de comprenderme mínimamente, al haber sufrido el desprecio del mundo igual que yo.

-Me sorprende que haya alguien en esta escuela que pueda tener algo más que un roce puntual contigo. Tenía entendido que eras de las elfas más sobresalientes de toda la escuela.- Ya he limpiado la sangre de su rostro y empiezo a desinfectársela con cuidado.

Kenlish esboza una sonrisa cansada, cómo si las fuerzas le flaquearan al oír hablar de ese tema.

-Eso es cierto sólo hasta el punto en que yo misma no busco problemas con nadie. Pero parece ser que se ha difundido el rumor de que soy de sangre pura. Las otras chicas de la escuela ya me tenían odio por ser la única elfa de la clase 1-A, así que desde hace un tiempo la posibilidad de que además sea una usuaria de Luz les debe de estar corroyendo las entrañas. ¡Au!

-¡Lo siento! Debí avisarte de que iba a empezar con el desinfectante.- Me disculpo apresuradamente. En parte he entendido el problema de Kenlish, y ha sido por estar imaginándolo todo en mi cabeza que he acabado aplicando alcohol directamente sobre la herida en lugar de humedecer las gasas.

Todos los elfos de nuestra escuela tenemos la misma edad y acudimos al mismo curso, Segundo de Secundaria Media. La clasificación de los estudiantes en jerarquías se basa en la letra y el piso en el que se encuentra su aula, siendo los del piso 1 los superiores de los del 2 y los de las primeras letras del abecedario los de mayor rango. Visto de esta forma, que Kenlish sea la única chica del aula 1-A implica que está rodeada de los elfos más “capaces” de nuestra generación, es decir, los que mejores calificaciones obtienen, así que su razonamiento sobre los motivos por los que puedan odiarla todas las demás elfas es bastante acertado.

-Parece ser que somos los chivos expiatorios de todas las frustraciones de la escuela, aunque sea por motivos completamente opuestos.- La herida ya está desinfectada y le estoy aplicando un poco de cicatrizante.- En el fondo somos iguales.

Kenlish adopta una mirada inquisitiva, estudiando mi rostro en profundidad, como si quisiera comprobar con sus propios ojos lo que acabo de afirmar. No pronuncia ninguna otra palabra hasta que le estoy colocando una pequeña tirita para ocultar la herida, momento en que me detiene la mano con un suave movimiento de muñeca.

-No, no la tapes. Si la oculto sería igual que reconocer que me avergüenzo de ella, y prefiero morirme antes que darles a esas arpías la satisfacción de saber que me han herido el orgullo.- Su voz de repente ha sonado muy madura y confiada, algo que me confunde completamente, pues tan solo unos minutos antes parecía estar completamente derrotada anímicamente.- Gracias por ayudarme, Wïlden.

-No hay de qué…-Replico al tiempo que me aparto de ella para que pueda incorporarse. Kenlish recoge su bandeja y empieza a caminar hacia la puerta.- ¿Te vas ya?

-Sí. Llegué aquí inconscientemente cuando intentaba ocultar el dolor, pero tú en cambio parece ser que vienes a menudo, así que voy a respetar la intimidad de tu santuario ahora que ya estoy mejor. Te agradezco tus cuidados.- Se voltea hacia mí y me dedica una sonrisa de gratitud que hasta ahora nunca le había visto a nadie. Oigo como se ríe por lo bajo cuando aparto la mirada, turbado.

-Es cierto que éste es mi refugio especial, pero no me importa compartirlo para comer algún día… Además, hoy tú has llegado aquí antes que yo, así que el que debería irse…

-No, no, no. Está bien así. Tengo mi propio rincón especial para los almuerzos, y necesito pensar un poco en mis cosas.- Abre la puerta y pone un pie fuera, pero se detiene antes de cruzar del todo, como si quisiera añadir algo a la conversación antes de marcharse.- Wïlden, sobre lo que dijiste antes… Eso de que somos iguales… Quizás seamos muy parecidos, pero no somos iguales.

-Bueno, si dejamos de lado que eres una elfa y yo un elfo, si lo somos.- El comentario me sale solo, sin pensar. No he pretendido ser gracioso, pero Kenlish parece haberlo encontrado divertido, porque durante unos segundos la escucho reír, aunque enseguida se recompone y me dedica una mirada apenada, lo que me confunde aún más.

-Pareces ser una buena persona. Y es por eso que no te veo capaz de tener los mismos pensamientos que tengo yo.- Termina de cruzar el umbral y se vuelve hacia mí desde el pasillo, dedicándome un breve saludo con una mano.- Espero que podamos volver a hablar algún día. ¡Cuídate!

Se aleja por el pasillo mientras yo camino lentamente hacia la entrada de la habitación. Al asomarme, puedo ver su elegante figura alejándose orgullosamente y por un momento siento curiosidad. No por ella en sí, sino por lo que acaba de pasar.

-¿Qué ha sido esa sensación que he tenido?-Me pregunto al tiempo que veo a Kenlish perderse de mi vista al doblar un recodo del pasillo. Tengo una extraña satisfacción recorriendo mi cuerpo, pintando una extraña sonrisa en mi rostro aunque trate de mantenerme sereno cómo siempre.- ¿Será esto a lo que llaman…Amistad?

Y es que, aunque haya sido tan sólo por unos pocos minutos, he podido sentir que tenía una amiga. Mi primera amiga. En toda mi vida.

2 comentarios:

  1. me gusta la historia, esta bastante currada pero no se explica muy bien el por que se la tienen jurada a la chica. el prota no lo describes para nada y no se como imaginarmelo.

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  2. Dado el desarrollo de la trama y los personajes, he de decir que no tenía más alternativa que hacerlo de esta forma para no sobrecargar el capítulo. ¡Tranquilo! En los siguientes capítulos podrás ver corregidos estos defectos.

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