viernes, 29 de marzo de 2013

Relatos de Isnir. Capítulo 4


Mi respuesta”

-Vale, Wïlden. Eres imbécil.

He cometido un error de cálculo. Mejor dicho, Kenlish y yo hemos cometido un error muy grave: no recuerdo que el día anterior, al despedirnos, acordásemos un lugar en el que encontrarnos para darle  una contestación a su propuesta de venganza. Y yo he sido tan ingenuo de salir de la residencia masculina esta mañana, tras el desayuno, creyendo que me iba a topar con ella a la vuelta de la esquina.

Llevo dando vueltas por el campus desde que me di cuenta de mi fallo, exprimiéndome los sesos en busca de algún posible lugar donde encontrarme con ella, de alguna pista que hubiera podido darme indirectamente… Pero es inútil. No la conozco lo suficiente como para averiguar sus rutinas, sus lugares favoritos, su forma de pensar… Es imposible que dé con ella, al menos antes del mediodía.

-Genial… He madrugado para nada.- Meto mis manos en los bolsillos de mi uniforme y dirijo mis pasos hacia el parque central. Aún queda casi una hora hasta el inicio de las clases y no me apetece nada estar tan temprano en mi aula.

La única ventaja que le veo al hecho de haber salido antes de lo habitual de la residencia es que habré pillado a Dragamsel y los suyos totalmente desprevenidos. Es poco probable que me puedan hacer nada esta mañana, puesto que no hay precedentes de situaciones en las que me levante antes que ellos. Y por lo tanto, no saben a qué lugares puedo dirigirme en esta ocasión. Soy libre durante una hora.

Atravieso un camino empedrado que discurre entre los árboles y desemboco en una de las dos plazas situadas a ambos extremos del lago que se encuentra en medio del parque. En una de las orillas laterales veo a un par de estudiantes arrastrando unas piraguas, seguramente sacadas de la caseta del club de remo que se encuentra en el extremo de la plaza. Durante un rato, me quedo sentado en un banco observando cómo las embarcaciones se deslizan sobre el agua, ensimismado y ajeno a cuánto me rodea.

Pero entonces, una extraña sensación recorre mi espalda. Es como un suave cosquilleo a lo largo de mi columna vertebral, como si alguien me estuviera acariciando con la yema de los dedos. Me estremezco con un escalofrío y miro a ambos lados, pero no veo a nadie en la plaza.

-Habrá sido la brisa… Últimamente está refrescando más de lo normal por las mañanas…

Nada más pensar eso, noto un par de dedos apretándose contra la parte posterior de mi nuca. Un agradable olor a frambuesas me envuelve cuando una brisa repentina se levanta a mi espalda, al tiempo que una voz familiar me susurra un misterioso “¿Quién soy?” al oído.

-Eres buena, Kenlish. Casi ni me he dado cuenta de que te me estabas acercando.- Suelto por respuesta a la vez que la chica empieza a reírse por lo bajo detrás de mí. Al volverme, me la encuentro observándome con satisfacción, como si se enorgulleciera del hecho de haber podido burlar mi radar de peligros con tanta facilidad.- ¿Esas son formas de saludar a alguien?

-No, claro que no. Pero te he visto tan absorto desde que has llegado que no he podido evitar darte un toque de atención. Si se lo pones tan fácil a esos matones todos los días, no me extraña que te atosiguen tanto.

-Hoy es un día especial. Normalmente, los viernes como hoy suelo levantarme algo más tarde y me pongo a correr media hora antes de ir a clases… Y estoy muy atento durante todo el recorrido. No suelo darle facilidades a mis enemigos.

-¿Entonces qué ha pasado hoy, que estás aquí tan campante y con la guardia baja?- Cruza los brazos y me estudia seriamente con la mirada. Noto cierta curiosidad en su tono.- ¿No te encuentras bien?

-No, me encuentro perfectamente. En realidad te estaba buscando a ti.

-¿A mí?- Parece que la he cogido por sorpresa, porque mi nueva amiga da un respingo y se queda boquiabierta durante unos segundos. Pero enseguida recobra la compostura y adopta un semblante de curiosidad que me hace sonreír por dentro.- ¿Quiere decir eso que te has pensado lo que te propuse ayer?

Dejo que la sonrisa aflore a mi rostro y la invito a sentarse a mi lado, y la chica procede sin quitarme los ojos de encima. Noto como una sonrisa, apenas perceptible, empieza a dibujarse en sus labios.

-Le he estado dando vueltas durante la noche… Y he llegado a la conclusión de que ya va siendo hora de que demuestre a todo el mundo de lo que soy capaz. Quiero que me tomen en serio por una vez. Que sepan que Wïlden, “el proscrito”, también puede morder si se lo propone.- La llama que había prendido anoche en mi pecho alimenta mis palabras, dándome un coraje que no había sentido nunca.- Pero, si voy a ayudarte, tengo una condición.

Aunque exteriormente demuestra ser una auténtica maestra en el control de sus emociones, al observar a Kenlish tras pronunciar mi discurso tengo la sensación de que emana de ella un torrente de fuertes emociones. ¿Felicidad? ¿Curiosidad morbosa? ¿Orgullo ajeno? No sabría decir que sensación me transmite exactamente, pero aunque mi interior cree estar en sintonía con ella, ante mis ojos sigue demostrando un dominio impecable para su edad.

-Y… ¿Qué condiciones quieres, Wïlden?- Su tono es afable, pero correcto.- ¿Algo del estilo “si nos pillan tú eres quien me incitó a hacerlo?

-Ni mucho menos. Si lo hacemos, vamos a estar los dos en las mismas condiciones, y por lo tanto, el castigo de uno será también el del otro. Así lo he decidido. Pero…- Ambos nos sostenemos una intensa mirada.- Quiero demostrar que somos mejores personas que todos aquellos de quienes queremos vengarnos. Y por eso, si vamos a vengarnos de todo el instituto… Quiero que sea una venganza “justa”.  Sin que nadie sufra dolor, ni torturas de ningún tipo. Que dejemos patente de lo que ambos somos capaces, llegar a lesionar a nadie.

Kenlish me tiende una mano, mostrando una sonrisa perfecta al mismo tiempo. La sensación que me transmite ahora tiene, además, una cierta mezcla de gratitud y alivio, pero ignoro todo lo que mi subconsciente me transmite y me centro en lo que mis ojos ven. El inicio de una alianza que cambiará nuestras vidas en lo venidero.

-Sea, pues.- Ambos nos estrechamos las manos, y me estremezco al constatar de nuevo la suavidad de su piel.- Lo haremos de esa forma. Pero… ¿Has pensado en algo?

Un incómodo silencio se hace dueño del lugar tras esas palabras. A lo lejos, oímos el chapoteo de los remos de las piraguas y el cantar de los pájaros, acompañando a mi cerebro en su frenética actividad por encontrar algo que sirva a lo que le he contado a Kenlish.

-De acuerdo, no pasa nada.- Mi amiga retira la mano y adopta una posición pensativa.- Ahora que ya lo hemos decidido, podemos centrarnos en pensar que es lo que vamos a hacer. Podemos hablarlo más tarde, durante el recreo o a la hora del almuerzo si quieres. Quién sabe, a lo mejor durante las clases practicas de la mañana se nos ocurre alguna idea…


-¡WÏLDEN! ¡¿Quieres hacer el favor de dejar de dormirte en clase?!

El berrido del profesor ha sido prácticamente en mi oreja y, no sé si por el sobresalto o por la fuerza del grito, he acabado cayéndome del asiento y golpeándome la cabeza con mi maletín. Mis compañeros de clase empiezan a soltar risotadas y oigo que alguien hace un comentario, pero ni tan siquiera comprendo lo que dice. Estoy demasiado ocupado tratando de regresar mi mente a mi cuerpo.

El horario del instituto está dividido en dos franjas: una de mañana y otra de tarde, cada una compuesta por cuatro horas y media de trabajo en las aulas y descansos. Oigo como la campana del cambio de hora anuncia las diez de la mañana, por lo que ya llevo hora y media intentando sobrevivir, con evidente poco éxito, a las clases, pero algo en mi interior grita de alegría al darme cuenta de que no tendré que soportar ningún castigo inmediato. El aspecto del profesor se me antoja contrariado, seguramente porque no podrá reprenderme en público el día de hoy, pero eso no le impide endosarme una gruesa lista de tareas para el lunes, a modo de correctivo.

Me permito lucir una enorme sonrisa de oreja a oreja mientras observo como el profesor abandona la sala. Tener un poco más de deberes no me importa demasiado, sobre todo ahora que tengo acceso a una de las mentes más brillantes de toda la escuela… Aunque suene un poco egoísta por mi parte pensar así de Kenlish. Sin embargo, mi alegría se evapora como el éter en cuanto me doy cuenta de lo que viene a continuación.

-¡En pie!- Suelta el delegado de clase cuando una silueta se recorta al otro lado del umbral de entrada. Todos mis compañeros se levantan al unísono para presentar sus respetos al profesor de Ética, Arxel Rasmus, que acaba de entrar por la puerta.

Es un sujeto alto, de pelo negro y siempre repeinado hasta la obsesión. Sus ojos oscuros, parapetados detrás de sus gafas, siempre andan a la caza de algún atisbo de descontrol en los rostros de sus alumnos…Unos ojos tan inquietantes que puede provocarte escalofríos sin siquiera sostenerle la mirada. Pero lo que realmente me da escalofríos, es ese maldito reloj de bolsillo que siempre, siempre lleva consigo.

Lleva algún tipo de grabado heráldico en la cubierta: un águila imperial, sosteniendo un huevo con dos flechas cruzadas tras ella, junto con algo más aparte de un mensaje en elfo antiguo que nunca he llegado a leer. Lo consulta a cada rato, casi siempre antes de lanzar una pregunta envenenada a cierto estudiante desprevenido… El sonido de su apertura siempre es un mal presagio para mí, y no dudo de que hoy no va a ser una excepción.

El profesor Rasmus coloca su carpeta de cuero negro llena de folios sobre la mesa y la mueve mínimamente hasta asegurarse de que está colocada simétricamente frente a él. En lugar de darnos permiso para sentarnos, toma asiento él y del bolsillo de su chaqueta saca el distintivo reloj de oro, lo destapa con suma delicadeza y consulta la hora como si fuese la mayor maravilla del mundo.

- Pueden sentarse.- Suelta al cabo de un rato. Me inclino para coger mi cartera y sacar la carpeta con mis apuntes pero la voz del profesor llama mi atención.- Por favor chicos, calma. ¿Cuándo he dicho yo que vamos a seguir con la clase de ayer? Estamos en una clase práctica, la teoría viene después…

Entre las cuatro horas y media de la mañana tenemos una hora reservada para clases prácticas de media hora de las dos materias principales que tengamos ese día. Según nuestro plan de estudios, que varía semana a semana en cuanto al número de hora que recibimos de cada asignatura, esas pequeñas prácticas han de servirnos para aprender mucho más… Pero con este profesor, pongo en duda la efectividad de dicho método.

- Ayer, comentábamos que la razón prevalece, a modo de conclusión, sobre la realidad. Y Como me da la sensación de que ustedes ya dominan los conocimientos necesarios, les propongo un “falso debate” entre la clase en base a una serie de preguntas que les iré realizando a lo largo de estos 30 maravillosos minutos. ¿A que tiene buena pinta?- Todos mis compañeros asienten con admiración. Yo soy el único que trata de ignorarlo deliberadamente observando un árbol por la ventana, junto al parque.

El profesor Rasmus se incorpora y comienza a pasear entre las mesas, haciendo girar su adorado reloj entre sus dedos al mismo tiempo. Mi cuerpo se va tensando de forma inconsciente mientras sigo con la mirada el maldito objeto, hasta que, de pronto, el profesor se detiene a mi lado sobresaltándome. Alzo los ojos hacia su rostro e intento sostenerle la mirada más sosegada que puedo, pues mi instinto me está advirtiendo a gritos lo que viene a continuación.

El profesor introduce una mano en uno de sus bolsillos y saca de él una naranja, provocando un emocionado murmullo entre mis compañeros. Puedo notar como todos fijan sus miradas en mi nuca, y casi puedo oler la expectación que emana de sus respiraciones agitadas. Verme defenderme de sus ataques verbales debe de ser todo un espectáculo para ellos.

- ¿Qué es esto?- La respuesta por parte de todos fue unánime.- No, no, no. No se limiten a la evidencia. ¡Claro que es una naranja! Obsérvenla con más detenimiento, mediten sobre lo que ven. Cada rasgo, cada hoyuelo, cada ángulo, cada matiz de su paleta de colores.- Un silencio calculado se adueña de la clase durante apenas un par de segundos.- ¡Wïlden!.- Todos giran sus cabezas hacia mí y más de uno es incapaz de contener una pequeña carcajada por lo bajo.

-¿Sí, profesor Rasmus?- Respondo en el tono más neutro que puedo.

-¿Qué ves tú en esta naranja, Wïlden?

-Realmente soy incapaz de ver nada trascendental en estos momentos, profesor… ¿Podría decirme que ve usted para poder orientarme un poco?- Intento lanzar balones fuera de mi tejado, pero cualquier intento de ganar tiempo será inútil. En cualquier momento, se lanzará como un león a la yugular.

- Yo veo una representación perfecta de cómo es cada una de nuestras vidas.- Mis compañeros sueltan un sonido de admiración ante tal respuesta, como si hubiera soltado algún tipo de revelación divina. A mí, en cambio sigue sin decirme nada.- Seguramente muchos todavía no saben a qué me refiero pero tranquilos que para eso estoy yo aquí, para guiarles al conocimiento y la verdad.- Se inclina sobre mí y me taladra con sus implacables ojos.- ¿Podrías decirnos qué tipo de relación puedes hacer entre nuestras vidas y esta naranja, Wïlden?

- La naranja es el único fruto que conocemos que tiene la forma, color y sabor que nos obliga a denominarla de tal forma. Aunque le saquemos las pipas y las plantemos el árbol que salga nos seguirá dando naranjas, ni limones, ni albaricoques, ni manzanas. Por eso es única.- Respondo de carrerilla, sin detenerme a pensarlo demasiado. Sin embargo, una idea tan demencial como inesperada irrumpe en mi mente, como si mi subconsciente me animase a disparársela cual proyectil al profesor en sus propias narices.-  El elfo es un ser único, no existe ninguna otra criatura que se le parezca y por tanto su progenie seguirán siendo elfos. ¿Le parece correcto, profesor Rasmus?

La sonrisa que pujaba por tomar posesión de mi cara se esfuma de golpe al ver un brillo de malicia en los ojos del profesor. Mi instinto me dice que algo ha ido mal, que mis palabras no han sido las adecuadas… o que mi entonación haya podido delatar algo de fondo. Se me erizan los pelos del cuello cuando se inclina sobre mi para susurrarme al oído.

-¿Y entonces, qué eres tú?- Se retira sigilosamente, sabiendo que me ha herido en el orgullo de la peor de las maneras: usando mis propias palabras como pretexto. Se mueve en dirección a la pizarra, volviéndose hacia nosotros con aires dramáticos.- Correcto, nuestro…”medio compañero”… tiene razón por hoy.

Oigo risas entre mis compañeros mientras él comienza a escribir en la pizarra, con su enrevesada caligrafía, la palabra “raza” en élfico antiguo.

- No tienen ni idea de la cantidad de criaturas extrañas y exquisitas que hay fuera de esta isla.- Comienza a orar en su habitual tono de trascendencia.- Peces con pequeñas alas que surcan la superficie del agua, águilas que son más perros que aves,  y luego están esos…humanos.

Esta vez no hay risas. La crudeza con la que ha pronunciado la última palabra le quita cualquier atisbo de comedia a la clase, y noto como algunos vuelven su vista hacia mí. El corazón empieza a arderme en el pecho por la ansiedad, así que desvío la mirada por la ventana y me concentro en los árboles del parque que veo a través del cristal. Pero no puedo taparme los oídos para evitar oír las puñaladas que me lanzan.

-No existe criatura más primitiva y destructiva como ellos. Su intelecto apenas les hace capaces de entendernos, y cómo prueba de lo escasamente desarrollados que están en tal sentido están todas las barbaries que han cometido a lo largo de su corta y penosa existencia como especie: se matan entre ellos constantemente en guerras egoístas, se humillan entre ellos por los más bajos instintos propios solo de animales, se esclavizan unos a otros… Matan y arguyen mentiras para justificarse.- El sonido de la campana que anuncia el descanso de media mañana interrumpe su oratoria, para alivio de muchos de los presentes. Sin embargo, Arxel no parece haberse molestado por ese detalle.- Tranquilos muchachos, la filosofía es como un sorbete, hay que degustarla poco a poco, si no,  te duele la cabeza… ¿A qué vienen esas prisas, Wïlden?

Ni me molesto en contestarle. En cuanto ha sonado la campana me he levantado como un resorte y he encarado la puerta del aula como si me dirigiera a la salida de un oscuro túnel. No es hasta que me encuentro en el rellano de las escaleras del primer piso que me doy cuenta de que he salido de la clase. Aún no ha salido nadie al pasillo, lo que no hace sino empeorar mi estado de ánimo.

-Mierda…- Doy un puñetazo a la pared que separa las entradas de los dos servicios de esa planta y me hago una pequeña herida en los nudillos.- Cómo si no fuera suficiente haberle dejado reírse en mi cara, ahora encima me va a poner un parte por abandonar la clase antes que él… Qué ganas de agarrar ese  cuello de insecto y…

-¿Wïlden?

Mi cuello se gira tan rápido que siento una punzada de dolor al quedarme mirando hacia el servicio femenino, de donde acaba de salir Kenlish con aspecto de haberse dado una ducha… Con ropa incluida.

-¡Kenlish! ¿Qué te ha pasado para estar así?- Le pregunto tras un quejido mientras me froto el cuello con una mano.

-Pues algo más divertido que lo tuyo, seguro.- Se pone frente a mí y me examina con ojos agudos. Ya no hay ni rastro de la herida del día anterior, y en lugar de sangre veo deslizarse una gota de agua por su mejilla. He de decir que me gusta el cambio.- ¿Qué te ha hecho la pared para que te arriesgues a destrozarte la mano, eh?

-Ella, nada.- Me miro el rasguño de los nudillos, que ha empezado a soltar un pequeño hilillo de sangre, para mi propia ironía.- Ha sido el profesor Rasmus, que ha vuelto a humillarme ante toda la clase… Sólo estaba desahogando mi rabia. No pensé que pudieras estar mirando.

-Bueno, quizás lo que tengo que decirte te levante ese ánimo.

Levanto la vista hacia ella y me la encuentro sonriendo con un fiero orgullo asomando por sus ojos. No puedo evitar reírme para mis adentros, pues sus brazos cruzados ante el pecho, unidos a esa sonrisa de autoconfianza, delatan que tiene dos años menos que yo.

-¿Tienes algo que decirme que puede animarme?- Kenlish asiente enérgicamente.- Y… ¿Tiene que ver con que estés hecha una sopa ahora mismo?- Vuelve a asentir.- ¿Y me lo vas a contar de una vez o me vas a hacer un discurso en el lenguaje para sordos?

-Te lo voy a contar, pero aquí no es prudente ni oportuno.- Sus ojos se vuelven hacia el extremo del pasillo por donde queda mi clase, de donde ya empiezan a brotar los alumnos como gotas de lluvia.- ¿Qué tal un poco de tarta cuando terminemos las clases de la tarde?

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