lunes, 18 de noviembre de 2013

Capítulo 8

"En el vacío"



Entrar en el vacío… Morir, tiene su parte positiva: ya no siento dolor. Ni miedo. No siento nada. Noto mi mente despejada, extrañamente lúcida. La sensación de ingravidez, de sentirme flotar en medio de éste espacio… ¿Blanco, puede ser? No, negro… Da igual. Percibo todo a mí alrededor en una escala de grises en constante cambio, si es que a esto puedo llamarle percepción.

¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que llegué aquí? ¿Minutos, horas, días? ¿Tal vez años? No tengo ninguna referencia, ni siquiera el sonido de mi respiración o los latidos del corazón para calcularlo. Estoy fuera del espacio y del tiempo. Existo en otra realidad ajena a esos dos conceptos y a toda emoción.

-Me pregunto si Kenlish me echará de menos ahora que ya no podré estar con ella… Pobre chica. Con todo lo que ha sufrido y ya no podré… Un momento. ¿Por qué tengo estos pensamientos? ¿Por qué siento pena por ella si se supone que estoy muerto?

En cuanto tomo conciencia, noto un cambio en mi realidad. Unas volutas blancas empiezan a moverse a mí alrededor, como nubes mecidas por el viento. Puedo dirigir mi vista a voluntad, ya no estoy condenado a mirar fijamente hacia la inmensidad, pues empiezo a notar que vuelvo a tener brazos y piernas que responden a mis deseos. Mi mente ha generado un cuerpo nuevo, un cuerpo en el que late un corazón, que respira y siente como el que tenía estando vivo.

Muevo los dedos de mis manos, maravillado. Me siento estupendo, muy vivo a pesar de que todo cuanto me rodea sigue haciéndome entender que estoy muerto. Ni siquiera me preocupa el hecho de estar desnudo en este lugar. No siento frío ni calor, ni tan siquiera la sustancia similar a la nieve que ha comenzado a materializarse a mis pies.

Poco a poco, mi visión empieza a captar los contornos de unas gigantescas montañas que se extienden a mis pies. Entre los inmensos picos fluye un torrente incesante de nubes algodonadas, sorteando frenéticamente las cordilleras. Sobre mi cabeza, veo el movimiento del universo, la alternancia del día y la noche, la aparición y desaparición de lunas que jamás había visto en vida… Es un espectáculo maravilloso, lo más hermoso que haya visto alguna vez…

Siento ganas de compartirlo con alguien, mas la triste realidad de mi actual existencia cae pesadamente en mi conciencia. He muerto. Todos los que alguna vez conocí podrían seguir vivos en este entonces o bien podrían haber pasado al otro lado como yo en estos momentos… Unas lágrimas de desolación caen por mis mejillas, nublando mi visión.

-Maldita sea… ¿Porqué he tenido que irme tan pronto? Estaba empezando a vivir de verdad por primera vez desde que tengo uso de razón…-Me retiro las lágrimas de la cara y me dejo caer de rodillas sobre la cima de la montaña.- Ni tan siquiera pude hacer nada para evitarlo… El miedo me dejó paralizado nada más ver a ese tipo… ¡Joder!

Golpeo el suelo con todas mis fuerzas, y noto como tiembla la montaña de arriba abajo. Dejo que la rabia de mis últimos recuerdos se apodere de mí y continúo castigando la tierra, descargando mi ira.

-¿Qué coño le  habías dicho, Wïlden? ¿Qué no iban a volver a hacerle daño? Ni siquiera has sido capaz de protegerte a ti mismo, por Isnir. ¿Cómo tuviste la insensatez de jurarle eso a Kenlish, eh imbécil? ¡Muerto no vas a poder proteger a nadie, maldita sea!

Lanzo un grito a los cielos tras ese pensamiento. Y entonces, sin previo aviso, el universo se detiene. El horizonte está teñido con los colores del amanecer, el sol asomando desde mi izquierda y las lunas ocultándose por mi derecha. Una figura se recorta contra el disco solar que empieza a emerger, acercándose hacia mí. Aletea como un ave, pero incluso para mí desde esa distancia se me antoja demasiado grande para tratarse de cualquier clase de ave que conozca. Demasiado incluso para tratarse de una de las legendarias aves que montan los jinetes de la Guardia de Eylissia.

A medida que la criatura se va acercando a mí voy descubriendo, maravillado, que se trata del ser más cercano a la divinidad que he visto nunca. Si lo que decían los libros de historia de mi instituto era cierto, hubiera sido imposible para mi haber logrado ver un miembro de su especie en mi tiempo.

El dragón se posa ante mí agitando la nieve en gigantescos remolinos con sus alas. Sus escamas son blancas como la misma escarcha que pisa con sus patas. Su porte es tan elegante y majestuoso que me quedo anonadado observándole con todos los pelos de punta. Acerca su cabeza hasta mí, observándome con unos ojos verdes tan grandes como mi propia cabeza, con una mezcla de compasión y entendimiento en ellos.

-¿Recuerdas que hiciste una promesa?-El dragón me habla directamente a mi cabeza empleando mi misma voz, sin dejarme apartar la mirada de sus profundos globos oculares.- ¿Qué prometiste, Wïlden?

-Le prometí… Le prometí a Kenlish que la protegería. Que no dejaría que le ocurriera nada y que castigaría a quienes le habían hecho daño.-Ambos parpadeamos a la vez, sin dejar de sostenernos la mirada. Extrañamente, no me resulta raro estar hablando con este dragón, ni que éste conozca mis pensamientos y mi nombre.

-¿Y si tuvieras la oportunidad de cumplirla… lo harías? ¿Volverías a ese lugar donde tanto has sufrido y plantarías batalla a quienes quieren heriros a ambos?

-Yo… Si pudiera volver lo haría. Pero… No he sido capaz siquiera de luchar por mi propia vida… ¿Cómo saber que no volvería a dejarme vencer por el miedo, que no sería un cobarde que sólo es valiente de boquilla?

-Wïlden…- El dragón acerca aún más su ojo hacia mí, de forma que ahora lo único que soy capaz de ver es mi propio reflejo en su pupila.- El valor se demuestra con convicciones firmes. Si tu voluntad es fuerte, las cadenas del miedo no volverán a atenazarte. Sentirás que están ahí, nunca podrás librarte de ellas. La cuestión que aprender a convivir con el miedo… Y usarlo en tu beneficio.

-Hablas de miedos racionales… Pero, ¿Y el tipo que empezó esa paliza que acabó conmigo? Ni siquiera le vi la cara y mi cuerpo entero no era capaz de responderme…

-Todos los niños tienen miedos insuperables… Que se desvanecen al convertirse en adultos. Abandona tu crisálida… Y despierta al mundo como adulto, Wïlden.

-Es muy fácil decirlo cuando no te has enfrentado a tus miedos…

-¿Ah, sí? Dime, Wïlden, ¿Cuál es tu miedo?

Capto enseguida a dónde quiere llegar. Y al descubrir la respuesta, una sensación de revelación empieza a adueñarse de mi ser… Porque mi mayor miedo es morir. ¿Y por qué voy a tenerle miedo a lo demás si ya he experimentado el miedo supremo inherente a todo ser vivo? Mi visión empieza a nublarse cuando contemplo de nuevo mi reflejo en el ojo del dragón.

-Tenía miedo a morir. Pero si ya estoy muerto, ¿por qué temer a la vida?


Lenta, muy lentamente, voy abriendo los ojos. La conversación con el dragón aún sigue muy viva en mi cabeza, y por eso al ver el blanco techo sobre mi cama siento que estoy contemplando su cuerpo de escamas blancas. Enfoco la vista y me doy cuenta de que en realidad se trata de un falso techo cuadriculado pintado de ese mismo color.

Noto la mullida superficie de mi almohada bajo la cabeza. El tacto de las sábanas que envuelven mi cuerpo es suave y cálido, al menos en las partes que no se encuentran cubiertas por escayola y vendas. Al hacer inventario, me doy cuenta de que me han inmovilizado una pierna y vendado el pecho a la altura del diafragma. Mis brazos están cubiertos de grandes moratones y puntos de sutura, casi como si me acabaran de rescatar de las cuchillas de una batidora gigante. Y por la sensación que tengo en la cara, me da la impresión de que no debo tener mucho mejor aspecto. Casi doy gracias al notar que, dentro de lo que cabe, no he perdido ninguna pieza dental.

Observo la habitación en la que me encuentro. A mi derecha se encuentran los instrumentos de monitorización vitales y los diales con los sueros que me han estado introduciendo por vía intravenosa mientras yacía inconsciente. Las persianas que cubren la ventana me impiden ver a que ala de la clínica me han destinado, pero sí me permiten comprobar, por la luminosidad que entra, que se empieza a hacer de día en el exterior.

Frente a mi cama hay una pequeña estantería con algunas novelas antiguas, y justo a su lado, recostada con una manta cubriéndola por encima, duerme Kenlish. Tiene un aspecto ojeroso y descuidado, como si llevara varios días durmiendo mal. Al menos, para mi propio regocijo, ya apenas quedan secuelas en ella de la agresión que había sufrido en los baños aquella vez.

-He debido de pasar varios días inconsciente… De otro modo, aún quedaría algún rastro del ataque…- Me remuevo incómodo en la cama. Al mover mis brazos para incorporarme en el colchón, noto algo duro en mi mano izquierda, algo que no tiene que ver con los instrumentos clínicos que comprueban a cada segundo mi estado vital.- ¿Y esto…?

Alzo la mano y contemplo el impresionante anillo de plata que luce en mi dedo corazón. Tiene la forma de un dragón enroscado sobre sí mismo, y en su cabeza, a modo de ojo, luce una pequeña esmeralda. Su brillo es tan intenso que por un instante, al mover la mano para admirarlo desde otro ángulo, me parece que tiene vida propia.

-¿Cómo rayos he acabado con esto en el dedo?-Me viene a la mente la imagen del dragón de mi sueño y no puedo evitar sentirme estafado.- Menuda forma de sueño sugestionado…

Me recuesto contra la almohada y me dedico a observar a Kenlish mientras duerme, toqueteando inconscientemente el anillo. La luz se va abriendo paso en la habitación, hasta acabar bañando su piel de porcelana, dándole un aspecto realmente adorable. Siento el impulso de levantarme a correr un poco mejor las persianas, para evitar que se despierte, pero el yeso de mi pierna derecha me cubre desde el pie hasta medio muslo, de modo que no puedo ni siquiera intentarlo.

Empiezo a buscar alguna forma de correr las persianas cuando la puerta de la habitación se abre repentinamente. Un médico alto y delgaducho entra en mi cuarto con una carpeta bajo el brazo, sin apenas hacer ruido. Me dedica una mirada inquisidora cuando nos cruzamos las miradas, y por lo que logro interpretar con mi sexto sentido, lo hace con mucha curiosidad hacia mí.

-Así que te has despertado…- Se acerca hacia mí y evalúa mi aspecto con sus diminutos ojos castaños.- ¿Cómo te sientes, chico?

-He estado mejor, eso es evidente… Ahora mismo no me duele nada, creo que será por culpa de los sedantes que me hayan dado… Pero si que noto un picor por debajo de la escayola que me va a volver loco, ya que me pregunta…

-Sí, sí, es algo muy normal. Y más te va a picar si le sigues prestando atención…- Se toquetea un mechón de pelo, de un tono castaño claro y una textura tal que me hace sospechar que lleva peluca.- ¿Y psicológicamente?

-Pues… ¿Normal?- Me revuelvo en la cama, algo incómodo y confuso con la pregunta.- No sé, acabo de despertar después de casi haberme muerto por una paliza… ¿Debería sentirme de alguna forma en especial?

-“El paciente da indicios de tendencia psicopata al despertar del coma… Posible desvinculación con el mundo…”- Le oigo murmurar ala vez que escribe en un papel que lleva apoyado sobre la carpeta.- “Puede representar un peligro para quienes le rodean…”

-¡Eh, un momento! ¡¿Cómo que psicópata?!

-Chico, has estado a punto de morir. A tu edad normalmente este tipo de experiencias dejarían marcado a cualquiera, y sin embargo tu pareces completamente indiferente al hecho de que…

La puerta de la habitación vuelve a abrirse de golpe y una enfermera con cara de asesina atraviesa el portal, directa hacia el médico. Veo cómo éste retrocede un par de pasos, alejándose de la enfermera al tiempo que me transmite un miedo tremendo por la misma, a pesar de que prácticamente le saca dos cabezas a la misma. La mujer, por su parte, me transmite una sensación de enfado brutal, y su lenguaje corporal me indica que está haciendo un soberano esfuerzo para no gritarle.

-Doctor… ¿Le importaría acompañarme fuera unos instantes, por favor?- Le comenta al médico en un tono tan endulzado que me resulta escalofriante, habida cuenta de lo que estoy leyendo entrelíneas con sus emociones.

-Señorita, ahora estoy con un paciente, así que le ruego que…

-Insisto.- Añade la enfermera en un tono que no admitía replica, y para recalcar su decisión, agarra de la bata al doctor y empieza a tirar de él hacia la salida.- Señor Wïlden, enseguida estaré de vuelta con usted.

-Esto… Vale…-Comento con un hilillo de voz mientras observo como ambos personajes salen por la puerta de la habitación. Trato de concentrarme en las emociones que ambos emiten en cuanto se cierra la puerta, para no perderme detalle de lo que ocurre, y me sorprendo al percibir como la del doctor se torna de miedo a intensa angustia, típica de quien padece claustrofobia. Rápidamente, noto que empieza a alejarse a toda prisa, mientras que la enfermera queda rezagada, pero enseguida comienza a ir tras él, tornándose en ansia.

Me figuro lo que acaba de ocurrir: él médico se ha zafado de la enfermera y ha salido por patas para huir de ella, y ahora ésta trata de darle alcance por algún motivo que aún no alcanzo a entender. Me dejo caer de nuevo hasta quedar recostado sobre la cama, mirando al techo, sin entender lo que acaba de pasar.

-Ya ha estado haciendo de las suyas otra vez ese extraño doctor…-Comenta otra voz en la habitación.

Me incorporo tan aprisa que las costillas rotas me producen un dolor agudo en el pecho, casi impidiéndome respirar por unos segundos. Cuando al fin se me pasa el dolor y logro entornar la vista, veo que Kenlish ha despertado y me observa con aspecto adormilado.

-Buenos días marmota.- Me comenta con voz ronca, mientras se arrebuja más en la manta.

-Buenos días… ¿Qué haces durmiendo aquí, Kenlish?- Le pregunto por cortesía, pues nada más despertarse ha empezado a transmitirme un sentimiento de preocupación hacia mí.

-¿Tengo que responderte a eso?- Apoya la cabeza contra la pared y clava su mirada en mi rostro. Aparto la mirada al cabo de unos segundos: siempre me siento incómodo cuando adopta su semblante de autocontrol absoluto.

-No, en realidad no… Puedo imaginármelo.- Me recuesto en la cama, observando al techo. Siento como Kenlish me sigue escrutando fijamente desde su asiento, como si me taladrara con la mirada.- ¿Cuánto llevo inconsciente?

-Cinco días. Y tienes suerte de haberlo contado: cuando te metieron en urgencias tenías hemorragia interna, y una de tus costillas casi te atraviesa el pulmón.- Kenlish baja la mirada al suelo, temblando por unos instantes.- A quien te haya atacado le va a sorprender que te hayas despertado tan pronto… Deberías haber muerto después de semejante paliza, pero aquí estas. Cualquier otro elfo que hubiera pasado por tus mismas operaciones seguiría inconsciente durante al menos otra semana más…

-Tengo facilidad para curarme. Esto no es nada, dentro de tres días estaré caminando con muletas, y la semana que viene parecerá que nunca he tenido estas heridas…

-No hagas bromas con esto, Wïlden.-Me responde en tono cortante.- No deberías salir de la clínica hasta estar completamente recuperado…

-Ya, suponiendo que los que me atacaron no vengan a rematar el trabajo mientras duermo…

-¿Los que te atacaron?- Kenlish se yergue completamente, escrutándome el rostro a la caza de gestos que puedan revelarle información sobre mi estado de ánimo.- Así que fueron varios… Tiene sentido. De haber sido uno sólo lo podrías haber burlado fácilmente, incluso en la oscuridad… ¿Pudiste ver el rostro de alguien?

Niego con la cabeza. Empiezo a recordar los momentos previos al ataque: la sensación de estar siendo observado, las siluetas acercándose entre las sombras, el tipo sigiloso que se me acerca por detrás… Y la aterradora sensación que recorre mi cuerpo cuando lo observo de frente.

-¿Wïlden? ¿Qué te ocurre?- Comenta Kenlish con tono y gesto preocupados.

Al volver en mí, me doy cuenta de que he estado emitiendo una especie de gruñido amenazador sin darme cuenta.  Noto que mis colmillos me han dejado marca al morderme el labio inferior, algo que siempre me ocurre cuando estoy frustrado con algo. Enseguida entiendo por qué Kenlish parece tan anonadada: es la primera vez que lo hago en su presencia.

-Lo siento, es un fallo de autocontrol… Me ocurre desde pequeño. Cuando estoy cabreado lo hago sin pensar…- Me disculpo esbozando mi mejor sonrisa.- Y sobre lo que preguntabas… No llegué a verle el rostro a ninguno. Estaba demasiado oscuro.

-¿Pudiste oír hablar a alguno al menos?

-No. No oí nada. Bueno, si dejamos de lado que me estaban dando una paliza mortal y esas cosas…

-Wïlden…-El tono de Kenlish empieza a tornarse amenazante de nuevo.

-¡¿Qué?!- La fulmino con la mirada, sorprendiéndola y provocando que vuelva a recostarse en su asiento inconscientemente.- Es exactamente lo mismo que pasó contigo cuando te atacaron hace unas semanas… No pude ver ni oír a nadie. Fueron muy metódicos, de no haber sido por mi habilidad para saber lo que siente la gente a mí alrededor ni siquiera me habría percatado de que me rodeaban hasta que me hubieran caído encima… Aunque hubo algo raro.

-¿A qué te refieres?

-Hubo uno… El primero que me golpeó. No pude sentir como se me acercaba desde atrás. Pude sentir como todos los demás se acercaban a mí, pero era como si él o ella fuera invisible… Y cuando caí al suelo y lo tuve enfrente…-Me estremezco de nuevo al recordar la experiencia.- ¿Alguna vez has experimentado tanto miedo que sintieras que el corazón se te va a salir por la boca? ¿Qué eres incapaz de moverte a pesar de desearlo con todas tus fuerzas?

El silencio se adueña de la habitación. Kenlish suelta un suspiro y deja caer la manta al suelo al incorporarse para acercarse a mi cama. Se sienta en el borde y me acaricia el pelo, dedicándome una mirada de compasión que me traspasa de lado a lado. Tengo que cerrar los ojos para que no se percate de que se me están empañando de la emoción.

-No me puedo hacer a la idea, tal y como la describes. Cuando me…-Oigo como traga saliva, haciendo tiempo para buscar las palabras.- “Agredieron”, tuve miedo, no lo voy a negar. Pero nunca llegó a ser suficiente como para impedir que me resistiera de principio a fin. Claro que yo no llegué a mirar a los ojos a quiénes me estaban haciendo aquello…

-Técnicamente, yo tampoco llegué a hacerlo.

-No lo viste, pero eso no quiere decir que las miradas no puedan cruzarse en la oscuridad…- Noto sus suaves dedos envolviendo mi mano izquierda.- A propósito… ¿De dónde has sacado éste anillo?

-Pensaba que tu podrías decírmelo.- Abro los ojos y nos quedamos mirándonos fijamente.- No recuerdo haberlo tenido conmigo antes del ataque.


-Pues ya somos dos que queremos saberlo… Porque cuando vine a verte al día siguiente de tu operación, ya lo tenías en el dedo.- Alza mi mano y observa de cerca la figura del dragón de plata.- ¿Quién te haría un regalo tan caro?

No hay comentarios:

Publicar un comentario